Ezequiel Fernández Moores
En 2006, el Dakar se corría todavía en Africa y era centro de duras críticas por su casi medio centenar de muertos, a razón de casi dos por edición. El Colectivo Acciones para las Víctimas Anónimas del Dakar (CAVAD) pidió su supresión para 2007. No se refería al australiano Andy Caldecott, q uien se mató al caer de su moto KTM a unos 150km por hora en Guinea. CAVAD hizo su pedido por la muerte de Bubacar Diallo, un niño guineano de diez años de edad que había ido a ver al Dakar con sus padres y fue arrollado por la 4×4 del letón Maris Saukans, que se despistó a unos 100km/h. Bubacar fue el noveno espectador muerto en pleno Dakar. Y fue el primero del que se conoció su nombre y apellido. Bubakar bien podría haber sido hijo de Gacel Sayah, el personaje de « Los Ojos del Tuareg », una novela del escritor español Alberto Vázquez Figueroa que cuenta la otra cara del Dakar. El niño fue enterrado esa misma tarde con el rito musulmán y ante los siete ministros de Guinea que habían asistido a la partida de la etapa. No sirvieron ese día los avisos pegados en los árboles en distintos dialectos, los anuncios radiales ni los cientos de soldados que debían controlar a la multitud. El Rally volvía a Guinea luego de diez años. En la última carrera, en 1996, el francés Laurent Gu eguen se mató tras chocar su camión Mercedes con una mina abandonada. Y Marcel Pilet atropelló y mató con su moto a una niña. La expectativa en Guinea por la vuelta del Dakar era enorme y la gente desbordó los controles en la edición de 2006. Bubacar murió cuando un helicóptero lo trasladaba al hospital. El periodista inglés Chris Roper no objetó que un practicante de un deporte extremo se mate, pero sí que mate a otros. « Daños colaterales », ironizó un medio español. El piloto francés Bruno Saby se preguntó ese día: « ¿Vale la pena divertirse así? ».
En 2007 se mataron tres motociclistas más. El que estalló fue L’Osservatore Romano. El diario oficial del Vaticano calificó al Dakar como « cruenta carrera de la irresponsabilidad » que « amplía de año en año su rastro de sangre. Pero L’Osservatore fue más allá. Cuestionó la exportación de « modelos occidentales » y el « cínico comportamiento » por lanzar « en el desierto a velocidades de locura automóviles, motocicletas y camiones » . El diario vaticano ya había criticado al Dakar en 1988 por su « vulgar exhibicionismo de poder y salud en sitios donde la gente muere de hambre y sed ». Se alineó de ese modo con el pedido de 24 organizaciones no gubernamentales que en 2005 también reclamaron la supresión del Rally por utilizar « como terreno de juego a un continente destrozado por el SIDA, el hambre y el endeudamiento ». Otras críticas fueron igual de duras: « Rally de la vergüenza », « Rally del desprecio », « Aventura colonial y comercial ». « No me entra que un continente que estamos dejando que se muera de hambre y asco se convierta de pronto en pista de escalextric para un puñado de niños destructores que dicen lo duro que es todo y lo mal que lo han pasado en una tierra en la que las familias subsisten al año con menos de lo que vale sólo uno de sus vehículos », protestó un aficionado. Y el diario español El Mundo anunció en un editorial que se replantearía su cobertura del Dakar y se preguntó: « ¿Merece la pena este show que se cobra casi dos vidas cada año, llena de basura el desierto y no aporta nada a los habitantes del lugar? La pregunta queda en el aire, pero los medios de comunicación también debemos hacer autocrítica por haber fomentado este tipo de espectáculo, rodeándolo de una falsa épica ».
El Dakar se defendió. Habló de contaminaciones y colonialismos muchos más graves que los quince días que dura el Rally, una prueba que comenzó como aventura y se convirtió en negocio privado del grupo francés que publica, entre otros, el diario L’Equipe. El Dakar mencionó los cientos de pilotos que juntaban hasta el último peso para ir al Africa, lejos de ostentaciones millonarias. Rechazó que sus donaciones en cada carrera fueran « pura hipocresía ». Y citó, entre otros, el caso del motociclista italiano Fabrizio Meoni, ganador en 2001 y 2002 y que se mató en la edición de 2005. Sólo después de su muerte, y gracias al cura párroco de su ciudad, se supo que Meoni había establecido un vínculo profundo con Africa. Y que silenciosamente había destinado el dinero de su premio a la construcción de una escuela para doscientos niños en Dakar. Otro piloto contó el caso de Merzougha, la ciudad marroquí que, según dijo, se convirtió en un gran centro turístico gracias al Rally. Una formidable crónica publicada este domingo desde Senegal por C, la revista dominical del diario Crítica de la Argentina, contó que en Mauritania el Rally representaba el 15 por ciento del PBI del país, pero que en Dakar no hay buenos recuerdos. Se cita al Rally como « una máquina depredadora de paisajes vírgenes, como una tromba salpicada de accidentes y como una caravana que cruzaba el oeste de Africa a toda velocidad, dejando a su paso polvo, prostitución y un gran puñado de dólares ». Se trata del mismo Rally que suspendió su edición 2008 por supuestas amenazas de Al Qaeda y se fue de Africa para mudarse estos días a nuestro país, donde fue recibido con generosa cobertura de prensa y enorme calor popular. Argentina, se sabe, es un país de gran tradición fierrera. Pero también se sabe que cualquier hecho puede ser gran noticia a principios de año, cuando pasa poco y nada, y que, de Madonna al Dakar, « cualquier caravana colorida que pise este suelo lo conquista y gobierna », según ironizó el publicista y filósofo Omar Bello en Perfil.
Ñ, la revista cultural del diario Clarín, fue el primer gran medio público que alertó sobre las protestas de arqueólogos y paleontólogos porque los cientos de vehículos del Dakar « pueden destruir los sitios que guardan fósiles y la historia milenaria » en distintas zonas del país. La Secretaría de Turismo, que aportó unos diez millones de pesos en el Rally, y los propios organizadores aseguraron que el Dakar respetará el patrimonio arqueológico y, si es necesario, revisará su ruta, como ocurrió en la segunda etapa, cuando evitó pasar por un cementerio tehuelche. Pero los especialistas consultados por Ñ hablaron del paso por la región de Somuncurá (Río Negro) y Fiambalá (Catamarca), sitios arqueológicos como las Dunas del Tatón, donde « una huella puede durar cuarenta años porque se rompe el equilibrio del desierto », y de yacimientos paleontológicos y fósiles que « constituyen testimonios únicos e irreproducibles que documentan la historia de la vida en la corteza terrestre ». Son numerosas las advertencias de especialistas en sitios de Internet, como también la denuncia ambiental presentada ante una fiscalía en Mendoza, para impedir el paso del Rally. También en Chile hay silenciosas protestas de ambientalistas y de la comunidad mapuche, horrorizados porque el desierto de Atacama será « violado » por « el negocio de la industria petrolera, automovilística y de la prensa
« Llenar las calles de París y otras capitales europeas con bosta de camello por una semana sería, comparativamente, tierno, barato, ecológico, instructivo y una fiesta para todos », ironizó el investigador argentino Andrés Dimitriu, de la Universidad nacional del Comahue, quien se preguntó que pasaría con un Rally Ceuta-Estocolmo, « con africanos o sudamericanos manejando como idiotas pasando por España, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania y Dinamarca, pisoteando el fondo de sus granjas o cruzando por sus aldeas ». En su primer día por Argentina, el Rally dejó a un piloto inglés con respirador artificial ya un niño de nueve años embestido por una Mitsubishi. Casi se cumple el pedido de un accidente fatal formulado por un funcionario pampeano, para que su provincia ganara fama en el mundo, aunque luego aclaró que fue sacado de contexto. Hace unos años, un sitio de Internet proponía « Dí la primera estupidez que se te venga a la cabeza ». Y una persona respondió: « Rally Dakar ».
Ezequiel Fernández Moores
Remerciements à L. Scifer